Hanady Muhiar*
Domingo 12 de agosto de 2012, por Revista Pueblos
La ideología sionista, que motiva la creación y formación del Estado de Israel sobre la histórica Palestina y la posterior
ocupación de Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza, se asienta sobre dos pilares que van a determinar el devenir de la
realidad que viven las poblaciones que habitan este territorio, y, por ende, la realidad de sus mujeres.
Estos dos pilares, el exclusivismo
religioso y el expansionismo
territorial y económico, ya
en su definición contienen de manera
implícita elementos contrarios al derecho.
Sin embargo, será la aplicación
práctica de estas dos ideas la que pondrá
en evidencia de manera explícita
estos elementos, que incluyen la discriminación
y la opresión del otro, la
segregación y la separación y, progresivamente,
la expulsión forzosa y la
limpieza étnica de todo un pueblo, el
palestino.
Si bien es verdad que las mujeres
de todo el mundo han de enfrentarse
diariamente a situaciones de discriminación
y opresión por razones de
género, las mujeres palestinas, en este
contexto, han tenido que moverse con
mucha inteligencia entre dos tipos
de reivindicación, la de sus derechos
sociales como mujeres y la de sus derechos
nacionales como palestinas,
conscientes de que sin la participación
del 50 por ciento de la población, la
femenina, cualquier éxito en la lucha
nacional es imposible.
Esta lucha de las mujeres, viva desde
la primera mitad del siglo XX, ha
tenido que adaptarse a las diferentes
realidades de cada momento, normalmente
tendiendo a priorizar la lucha
política en detrimento de la de los
derechos de las mujeres, subyugando
esta última a la primera, sin anularla.
La lucha política
Cuando en 1917 se hace pública la
Declaración Balfour, nadie se podía
imaginar lo que iba a pasar. La promesa
recogida en la misma culminaría
en la partición del territorio en
1947, en la creación del nuevo Estado
de Israel y en la guerra, en 1948. El
establecimiento de las líneas de armisticio
al concluir la guerra tendrían
como resultado la pérdida del 78 por
ciento del territorio que comprendía la Palestina histórica y la expulsión forzosa
de aproximadamente el 65 por
ciento de la población al 22 por ciento
del territorio restante (las actuales Jerusalén
Este, Cisjordania y Gaza) y a
los países vecinos, creando el caso de
población refugiada más antiguo de la
historia, todavía sin resolución.
Las mujeres de la clase pudiente y
educada, al ver cómo se empezaba a
discriminar a su pueblo en favor de un
proyecto colonial al servicio de los intereses
de las potencias internacionales
de aquel momento (Reino Unido y
Francia), en 1929 se posicionan políticamente.
- Fotografía: Carlos Barbudo (flickr.com).
Ese mismo año deciden celebrar
un Congreso de Mujeres Árabes
con objetivos estrictamente políticos.
El movimiento de mujeres palestinas
de aquel entonces estuvo marcado
por la lucha nacional, siendo un movimiento
principalmente nacionalista,
de clase, preventivo y diplomático. El
Congreso de Mujeres Árabes de 1929,
celebrado en Jerusalén, se considera
la primera vez en que la mujer palestina
pasa de ser un actor centrado en
mantener y cultivar el tejido social, a
ser un actor político principal. Marca
el comienzo del activismo político de
las mujeres palestinas.
Con la tragedia de 1948 llegó el
exilio, la pérdida de la tierra, de los
hogares, la fragmentación y separación
de las familias, la catástrofe, la
Nakba y, con ella, se popularizará la
lucha nacional. La situación de emergencia
obligará a todos los estratos de
la sociedad palestina a organizarse de
manera colectiva. Mujeres, estudiantes,
profesores, profesionales de la
salud, periodistas, intelectuales, campesinos
y campesinas, empiezan a
crear los cimientos de un movimiento
popular que se consolidará con la ocupación
de Jerusalén Este, Cisjordania
y Gaza en 1967.
Resultado de ello es la creación de
numerosos sindicatos, entre ellos el de
Mujeres. La General Union of Palestinian
Women, fundada en 1965, pasará
a ser uno de los agentes movilizadores
del pueblo palestino (tanto en el
interior como en el exilio), conseguirá
vencer muchos de los obstáculos impuestos
por una sociedad tradicional y
patriarcal y logrará convencer incluso
a los más conservadores de que no se puede resistir, luchar y conseguir
objetivos políticos si se margina a la
mitad de la población. Sin embargo,
a pesar de los logros, las mujeres ven
que no dejan de ser un instrumento
más al servicio de la lucha nacional,
lo que a su vez las convierte en un
objetivo más vulnerable en manos
de los abusos del opresor israelí, que
instrumentaliza desde un principio las
tradiciones y la inequidad de género
en beneficio de sus propios intereses.
La lucha feminista
Al darse cuenta de las actitudes de sus
camaradas masculinos en las filas de
los partidos, las mujeres temen, una
vez concluida la lucha, volver a ser
relegadas al espacio de lo privado y
lo tradicional. Conscientes de esta
situación, a finales de los años 70 y
comienzos de los 80, las palestinas
comienzan a dar el peso que se merece
a sus derechos como mujeres.
Crean cuatro comités, cada uno de
ellos afiliado a una facción política,
con el objetivo de tratar las cuestiones
de las féminas de manera explícita y
se suman a la lucha de las mujeres de
todo el mundo contra la inequidad de
género, la violencia contra las mujeres
y la discriminación. Al participar
en numerosos encuentros feministas
globalmente, internacionalizan la
situación particular en la que se encuentran
tanto ellas como su pueblo,
y se convierten en las embajadoras de la cuestión palestina a nivel internacional
en espacios diferentes a los que
tradicionalmente se habían relegado
los conflictos.
La popularización de la lucha nacional
y los pasos dados por el movimiento
de mujeres palestinas darían
como resultado el primer levantamiento
popular homogéneo, coordinado
y organizado de la lucha palestina, la
Intifada de 1987. Mujeres y hombres
participaron mano a mano en la reivindicación de sus derechos inalienables.
Parecía que los obstáculos para
las mujeres habían ido desapareciendo.
Sin embargo, la Intifada se apagó
en 1991 con el comienzo del Proceso
de Paz, eclipsada por lo que se ha llamado
el “síndrome de Oslo”. La ilusión
y la esperanza de que el proceso de paz
por fin iba a dar respuestas y soluciones
a una tragedia que duraba ya demasiado
tiempo, animó también a las
mujeres palestinas, sobre todo las más
jóvenes, a creer que estaban en igualdad
de condiciones con los hombres y
que accederían sin ningún problema a
puestos típicamente masculinos. Sentían
que formarían parte activa del futuro
Estado Palestino. Pero cuando tan
sólo cuatro mujeres fueron nombradas
entre los más de 300 puestos creados
para participar en los comités técnicos
que articularían el proceso iniciado
en 1991, las mujeres se dieron cuenta
de que su realidad seguía siendo otra.
Mujeres palestinas, que hasta entonces
habían dado prioridad a la lucha nacional
por encima de la lucha por sus
derechos, empiezan a crear espacios
dedicados a ellas mismas: centros de
estudios especializados en mujeres,
organizaciones de mujeres estrictamente
feministas y un comité técnico
especifico, el Women’s Affairs Technical
Committee, que tendría la función
de demandar la incorporación de una
perspectiva de género en el proceso
de paz y la de definir, diseñar y proponer
una Agenda Nacional de Mujeres.
Por fin, crean los espacios necesarios
en los que poder tratar las cuestiones
de género y de las mujeres de manera
concreta. A pesar de las dificultades,
tienen la posibilidad de definir y proponer
de qué manera deberían estar
recogidos sus derechos como mujeres
en el futuro Estado.
Resultado de ello, en febrero del año
2000, el Consejo Nacional Palestino expone
y aprueba la siguiente resolución:
“Basado en el documento de la Declaración
de Independencia, y en el
pionero papel de la mujer palestina en
nuestra lucha social y nacional, el Consejo
Nacional Palestino decide trabajar
para fortalecer el papel de la mujer palestina
en todos los ámbitos del trabajo
nacional y extender la participación de
la mujer a todos los departamentos de
toma de decisiones”.
Sin embargo, ese mismo año,
cuando los primeros logros de las
mujeres se hacen visibles, se pone en
evidencia que el proceso de paz había
sido un espejismo.
En el momento en el que se debían
poner sobre la mesa de negociación
las cuestiones clave (fronteras,
refugiados y Jerusalén Este), Israel
necesitaba provocar una crisis de tal
magnitud que imposibilitara hablar
de ningún proceso de paz y mucho
menos de esas cuestiones clave. Esa
crisis es la conocida como Segunda
Intifada. Esta vez no era un levantamiento
popular organizado, sino una
nueva agresión israelí contra el pueblo
palestino.
El proceso de paz había favorecido
los criterios de seguridad sobre los
derechos y, en lugar de promover la del pueblo palestino, consolidó
un sistema de colonización, ocupación
y segregación contrario a la consecución
de esos derechos, que no ha
hecho más que fortalecer el exclusivismo
y el expansionismo sionistas.
La Segunda Intifada supuso la
continuación de la anexión de territorio
por parte de Israel más allá de
la línea de armisticio de 1948, fortalecida
con la construcción de un muro
de aproximadamente 708 km de largo
que separa a palestinos de palestinos,
por la rápida expansión de las colonias,
por un sistema segregado de carreteras
y por la creación de alrededor
de medio millar de controles militares
a lo largo de todo el territorio ocupado,
fragmentando Cisjordania en guetos y
reduciendo la tierra disponible para
la población palestina a menos de un
diez por ciento del territorio original.
La creciente discriminación legal
dentro del Estado de Israel hacia sus
habitantes palestinos; el uso de medidas
urbanísticas para la reducción de
los derechos de residencia de la población
palestina que habita los territorios
anexionados; las deportaciones
ilegales, las detenciones arbitrarias;
las restricciones constantes a las medidas
de reunificación familiar entre
los palestinos que residen en Israel y
aquellos que viven en territorio ocupado,
o entre aquellos que viven en
el territorio anexionado y el ocupado;
las estrictas restricciones a la libertad
de movimiento; la violencia indiscriminada
tanto del ejército de ocupación
israelí como de los colonos, tienen
como consecuencia el recurrente
desplazamiento interno y la expulsión
forzosa de la población palestina.
La política de cierres impuesta sobre ya antes de Oslo, se consolida con el
proceso de paz. El actual bloqueo, cierre,
embargo y aislamiento de Gaza del
resto del territorio palestino, cercada
por completo por un muro y sometida
a ataques y violencia constantes han
tenido como resultado la destrucción
masiva del territorio, sus estructuras, y
en el desplazamiento interno forzoso y
constante de la población (entre 80.000
y 90.000 personas tan solo en la operación
“Plomo Fundido” de 2008-2009).
Más de dos décadas después del
proceso de paz iniciado en Madrid,
y con él la esperanza colectiva compartida
de que el fin del conflicto
palestino-israelí estaba a la vista, los
palestinos y las palestinas viven hoy
en un territorio fragmentado, marcado
por la opresión y dominado por políticas
racistas y la negación del ejercicio
de sus derechos fundamentales
individuales y colectivos. El fracaso
de la vía de negociación ha dejado a
millones de palestinos y palestinas,
dentro y fuera de los territorios palestinos
ocupados, sin posibilidad de
ejercer sus derechos fundamentales
individuales y colectivos.
En estas condiciones, las mujeres,
como parte del pueblo palestino, se
han visto obligadas a afrontar otra situación
de emergencia y a anteponer,
de nuevo, la supervivencia y la lucha
nacional por encima de sus derechos.
Si en condiciones normales es ya difícil
la consecución de los derechos
de las mujeres, en esta situación extraordinaria
en la que la existencia del
pueblo palestino se encuentra amenazada
constantemente, se hace todavía
mucho más difícil, si no imposible.
Israel, como potencia ocupante,
es el único responsable para poner fin
a la situación actual. La comunidad
internacional ha optado por ser condescendiente
con Israel y, como tal,
comparte la responsabilidad sobre las
violaciones de los Derechos Humanos
y del Derecho Internacional Humanitario
que se están llevando a cabo sobre
la población palestina.
*Hanady Muhiar,
ACSUR-Las Segovias Palestina.
Este artículo ha sido publicado en el nº 52 de Pueblos - Revista de Información y Debate - Especial junio 2012: Palestina
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